Salí de Trinidad con una bicicleta alquilada, hacia una de las playas del Caribe que deslumbran al mundo. Sentía en mí un día apasionante. Trataba de imaginar cosas que vería en el camino y pensaba “cuál podría ser un descubrimiento que no imagino”.
Desayuné en uno de aquellos quioscos para cubanos, es decir pagado en pesos cubanos, que valen 25 veces menos que los CUC, que usan los extranjeros, y que se cambian por divisa, o sea dólares, euros y toda aquella moneda que domina al mundo. Comí lo único que tienen: café y pan con jamón.
Mientras pensaba como sonreía tanta gente que gana 20 dólares al mes, continué pedaleando. La playa contaminada de la Boca, aunque inutilizable, me brindó un apacible y colorido entorno, con sus casas con galerías rodeadas de árboles.
Me dejé ser un rato, fotografiando y hablando con lugareños y extranjeros. Luego continué por un camino precario, rodeado de matas altas a pesar de ser la época seca, que lo aproximaban a un arroyo zigzagueante de múltiples grises, bordeado por matorrales espesos.
Entre los claros asomaba el mar turquesa, de costas rocosas, con piedras afiladas que lo hacían inaccesible.
La aparición de un camino amplio y moderno me anunció la cercanía de Ancón, una playa esplendorosa, con tres hoteles lujosos, enclavados como una isla de otro país; uno próspero, feliz y descontracturado. Turistas de todo el mundo, provistos de una pulsera que los identificaba como alojados en alguno de esos hoteles, tomaban sol, leían, caminaban y se aburrían organizadamente, accediendo a todos los placeres ilimitadamente, como lo establece el sistema all inclusive.
¿Estaba en Cuba?.Seguí viaje por otro camino precario, para volver por el otro costado de la península hacia Trinidad. Continué por otra ruta, enfrascada en malezas que me transportaron de nuevo a Cuba, y fue entonces que vi algo inesperado, inimaginado, blanco. Una entrada hecha con cañas y corales colgados de ellas; y un cartel torcido que decía escrito con tiza “Zona de Playa y Buceo”.
Me apeé de la bicicleta y caminé por senderos rodeados de piedras de colores y corales blanquísimos; había un montículo donde con piedras blancas estabas escritos los nombres de Fidel y el Che,
y algunas plantas cónicas con hojas gruesas y puntiformes, donde pequeños pedazos de telgopor pretendían realzarlas.
Latas pintadas, botellas vacías con flores plásticas; todo objeto había sido puesto al servicio de una decoración ecléctica, primitiva, pero rotunda. Nada se desperdiciaba. Fue entonces que sentí una voz detrás de mí. -Buen día, amigo, ¿no quiere buceal? Hay peces de colores, corales, todo por cinco CUC –dijo, mientras me mostraba una escafandra con un pequeño tubo al costado para respirar-.
“Barato” –pensé-, “un médico cubano especialista podría hacerlo cuatro veces al mes, si no come, claro”. Le agradecí, pero preferí observar a unos franceses –siempre descubridores de lugares baratos y originales-, que comentaban sus experiencias .
-Superbe- dijeron casi al unísono, al salir del mar.
Los saludé mientras se iban a abordar su 4 por 4. Quedé a solas con el hombre, que entonces se presentó como Ramón. Le pregunté: ´
- ¿Esto es suyo?, ¿Es privado?, ¿Se lo permiten?
-Si -respondió-. Después de un año de trámites, me dieron un permiso para tener un emprendimiento privado. Aunque pago muchos impuestos, me quedan unos 200 CUC al mes.
“250 dólares” -pensé-, acá algo puede ahorrar”.
-¿Conoce otros países?
-No, respondió.
- Bueno con paciencia podría ahorrar y hacerlo.
-No puedo señol, necesito una carta de invitación y no tengo familiares en otros países, así que no tendría permiso de viajar.
-¿Y no se desespera por no poder viajar afuera?-pregunté, poniéndolo en mi lugar.
-Mire señol, yo viajo con la imaginación. Vea la foto que me dio una turista de Paris, del Río Sena y la Torre Eiffel, me imagino que estoy allí pero sin pasal frío. Acá tengo todo, mire el mar, los colores, los peces. Tengo esta casa que me permite usar el Gobierno. Con los CUC que gano, a veces puedo comer en un restaurante para extranjeros. ¡Y gozo, imahínese! Hay doctores que no pueden hacerlo porque ganan en moneda nacional. Y mire, ahí vienen mi hembra y el chama, tiene tres años. ¡Que boniticos que son los dos! ¿No le parece? Venga, tómese un trago de ron antes de irse. Sírvele Neice, es un Che.
Ella, mulatica, sonrió mostrando su dentadura impecable y sus curvas contundentes y me acercó el vaso.
Fueron unos pocos minutos en una casa con lo mínimo para funcionar bien, pero llena de armonía. Ramón me ofreció su mecedora, aunque al rato tuvo que irse porque venían turistas canadienses.
-¡Así que algentino, del país del Che! -recalcó con gratitud-. Bueno, ¡Que siga gozando en Cuba! -me dio la mano.
-Le mandaré fotos de las sierras de Córdoba, donde yo vivo, así las imagina-, prometí
-Si, ponga Ramón Hernández, Zona de Playa y Buceo Ancón, que llegan-respondió.
Tomé la bicicleta y seguí pedaleando, hacia Casilda, un pueblo de los pescadores trasladados para construir los hoteles de Playa Ancón. No sabía si amar u odiar a la Revolución, ni mucho menos si compadecer a Ramón o envidiarlo.
2 comentarios:
¡¡¡Bien Julio!!! Se está poniendo lindo el blog. (acordate de las etiquetas!!!) Abrazo
si, gurú, puse algunas etiquetas, me fijo si falta alguna importante
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